Pulgas locas
Una reflexión sobre la mente, el condicionamiento y nuestras decisiones. ¿Vamos a ser como pulgas locas que siguen brincando o nos quedamos quietos por miedo a intentar?

Pulgas, pulgas, nadie duerme hoy… 🎶
Ese jingle todavía lo tengo grabado en la memoria. Era parte de uno de los juegos que más disfrutaba de niño con mi hermana Damaris: el famoso Pulgas Locas.
Las pequeñas piezas saltaban de un lado a otro como si no tuvieran control y nosotros reíamos hasta el cansancio. Era un juego simple, pero lleno de energía y movimiento. Sin saberlo, también era una metáfora de lo que muchas veces ocurre con la mente humana.
Años después, leí sobre un experimento que se hizo con pulgas reales. Los investigadores las colocaron dentro de un recipiente con tapa. Las pulgas intentaban saltar por instinto, pero chocaban contra la tapa una y otra vez, día tras día.
Finalmente, los científicos retiraron la tapa... y las pulgas ya no saltaron. No porque no pudieran, sino porque aprendieron que al intentarlo, recibirían un golpe. Dejaron de brincar porque fueron condicionadas.
Me impactó leer eso. Y más aún, identificarme.
Las tapas invisibles
¿Cuántas veces hemos vivido así? Intentamos algo, fracasamos, lo volvemos a intentar, nos estrellamos contra el techo… hasta que un día dejamos de saltar. Nos convencemos de que ese no es nuestro lugar y que nuestro destino no es tan alto como imaginábamos.
Lo más peligroso no es el obstáculo en sí, sino el condicionamiento. Creer que no podemos, que no merecemos o que no estamos hechos para llegar más alto.
He pensado mucho en esto desde que escuché a Nayo Escobar en Distrito Conf 2025. Él compartió cómo desde pequeño lo etiquetaron de muchas maneras y cómo esas etiquetas se pegaron a su piel durante años, como si fueran una sentencia.
Mientras lo escuchaba, me vi reflejado. Tal vez a mí también me han etiquetado como: en riesgo, promedio, inquieto, inferior. Pero he aprendido algo: esas etiquetas no son mi identidad, no son mi verdad.
No soy lo que otros dijeron de mí. Yo soy capaz. Equipado. Creativo. Ungido. Una obra de arte en proceso.

De la expulsión al reset
No siempre lo entendí así. De hecho, pasé por una de mis etapas más difíciles cuando me expulsaron de la preparatoria. Había tomado malas decisiones, me metí en problemas y terminé fuera del sistema.
Me mandaron con una terapeuta y terminé en una preparatoria abierta donde el ambiente era completamente distinto. Mientras mis amigos estaban a meses de graduarse e iniciar la universidad, yo sentía que había desperdiciado dos años valiosos de mi vida.
Pero un día ocurrió algo. Algo se encendió dentro de mí.
Tomé la decisión de hablar con la directora de la preparatoria. Le dije:
—¿Qué tengo que hacer para graduarme en seis meses?
Me miró con incredulidad. Sonrió con ironía y preguntó:
—¿Por qué quieres graduarte tan rápido?
—Porque necesito empezar la carrera con mi generación, con mis amigos.
Su cara cambió. Me observó seriamente y me dijo:
—¿Estás consciente de que apenas estás iniciando la preparatoria y es un programa de dos años?
Asentí. Y entonces lanzó el desafío:
—Te pondré todos los exámenes en un mes. Tienes que sacar 100. Si sacas 99, te quedas en la prepa. ¿Estás de acuerdo?
Mi respuesta fue inmediata: Sí. Sin dudar.
Jamás en mi vida había sacado 100 en todo mi historial académico. Pero empecé a estudiar. No como quien tiene miedo al fracaso, sino como alguien que ya se ve cruzando la meta. Y cuando llegó el día… saqué 100. Me gradué. Y sí, sufrí, pero lo logré.
Esa fue la primera vez que sentí que mi mente había hecho reset; ya no estaba en piloto automático. Descubrí que era un joven con posibilidades y las etiquetas empezaron a caer.
Lo que otros no vieron
Recuerdo que después de ese episodio, reflexioné mucho. ¿Por qué la directora se sorprendió tanto de mi meta? Creo que era porque nadie que llegaba a esa preparatoria abierta tenía aspiraciones tan altas. Habían aprendido a no saltar, a quedarse en la caja.
Pero yo sabía que tenía que reprogramarme, no podía quedarme en la misma narrativa de “en riesgoˮ. Tenía que construir una nueva: con grandes posibilidades.
Y sí, esas posibilidades me las dieron mis padres. No hablo solo de recursos, sino de una historia familiar de lucha, de herencia emocional y convicción.
El rompedor de barreras
Mi padre nació en un cerro en Tamaulipas. En la pobreza más dura. No había servicios públicos, ni comida suficiente. Me cuenta que muchas veces su comida era solo una tortilla con chile. Comenzó a trabajar a los seis años y a los trece migró a la Ciudad de México. No hablo mucho con él de esa etapa, creo que duele. A los dos.
A pesar de todo, fue el primero de su familia en terminar una carrera profesional. No tenía mucho, pero tenía hambre. No de comida, sino de futuro.
No aceptó su entorno. No se resignó. No dijo: “Esto es lo que me tocó. Él sabía que estaba destinado a algo más y esa mentalidad lo impulsó a romper barreras, cambiar la historia de nuestra familia y liberarnos de la maldición generacional, abriéndonos nuevas posibilidades.
Él es mi ejemplo de que sí se puede. El entorno no es una sentencia, si la mente se alinea con un propósito claro, puede romper cualquier tapa.
¿Y tú, ya te adaptaste?
Ahora que tengo la oportunidad de visitar escuelas y hablar con jóvenes, trato de sembrar en ellos la misma idea que me salvó: No eres un niño en riesgo, eres un niño con posibilidades.
Sí, quizás están en un entorno complicado. Sí, quizás nadie espera mucho de ellos. Pero eso no significa que no tengan potencial. Significa que tienen que reescribir la historia. Cambiar la etiqueta. Ser rompedores de barreras.
Porque el entorno en el que naciste, la manera en la que fuiste criado, incluso tus errores del pasado, no definen tu futuro. Lo que sí lo define es la mentalidad con la que decides vivir.
El peligro del conformismo
Tengo que reconocerlo: he vivido una vida buena. Y ese confort, en ocasiones, me ha hecho más difícil seguir creciendo. Porque es fácil conformarse. Es fácil decir: “Estoy mejor que la mayoría, ya hice lo suficienteˮ.
Pero no es suficiente, no cuando hay tanto por delante: nuevas empresas, nuevos mercados, más libros por escribir, más conocimientos por aprender, más personas por ayudar y más vidas por tocar.
No puedo quedarme en donde estoy. No puedo permitirme no crecer cuando llevo en la sangre el legado de un hombre que se negó a aceptar su destino y rompió cadenas para abrir caminos.
La mente: ¿barrera o trampolín?
Hay una frase que me persigue: “Nada será más triste que llegar al final de mi vida y darme cuenta de lo que pude haber llegado a ser si hubiera vivido con una mentalidad de posibilidades.ˮ Y sí, lo creo con todo mi corazón.
La mente puede ser nuestra peor enemiga o nuestra mejor aliada. Puede condicionarnos a vivir en un frasco con tapa o impulsarnos a volar más alto que nunca. Depende de cómo la entrenemos.
Elijo vivir con mentalidad de posibilidades. Y espero que tú también. Porque aún hay más.