Pensar para Vivir Mejor: El Cultivo del Pensamiento Crítico en Tiempos de Ruido

Saúl Enrique Castillo Valdés • 19 de septiembre de 2025

“Hay que vivir como se piensa. Porque de lo contrario, acabarás pensando como vives.”
—José Mujica


 Uso del celular y falta de pensamiento crítico

Una vez vi a un niño de 10 años preguntarle a Alexa por qué existimos. Alexa le respondió con información de Wikipedia y nadie más le dijo nada.


Vivimos en la era de lo inmediato, del ruido constante, de la pantalla como espejo y de la filtración de la realidad. Pero en medio de esa aceleración, de esa obsesión por la tendencia, por parecer y producir, emerge una necesidad urgente: recuperar la capacidad de pensar con criterio, profundidad y sentido.


No es exagerado decir que el pensamiento crítico (ese que permite cuestionar lo evidente, ampliar perspectivas y construir criterio propio) está en crisis. Y esa crisis no afecta sólo a los jóvenes en las aulas: también influye a los adultos que tomamos decisiones, dirigimos equipos o educamos con el ejemplo. Afecta a cualquiera que haya sentido que ya no tiene tiempo ni para preguntarse por qué hace lo que hace.


El pensamiento crítico se cultiva, no se improvisa

José Carlos Ruiz, filósofo y divulgador, plantea que el pensamiento crítico no se desarrolla de forma automática. Necesita tres ingredientes que deberían formar parte de la educación desde la infancia:


  1. El asombro: redescubrir lo extraordinario en lo cotidiano.
  2. La curiosidad: el deseo activo de saber por qué.
  3. El cuestionamiento: la valentía de hacerse preguntas reales, no sólo repetir respuestas aprendidas.


Pero nadie nos enseña a preguntar. A partir de los 13 años —dice Ruiz— nuestras preguntas tienden a estancarse, porque no hay una pedagogía de la mirada, ni del cuestionamiento, ni del lenguaje.


Y si no aprendemos a preguntar, no aprenderemos a pensar.


Según el Education Endowment Foundation (2021), los programas escolares que integran pensamiento crítico mejoran hasta en un 19% el rendimiento académico general y fortalecen habilidades socioemocionales como la empatía y la autorregulación.

Menos lenguaje, menos mundo

En un mundo donde la media de palabras activas en conversación ha bajado de 24,000 (como en El Quijote) a menos de 600, el deterioro del lenguaje ha reducido nuestra capacidad de comprender, matizar y conectar.


Como decía Wittgenstein: “Los límites de mi lenguaje son los límites de mi mundo.”


Hoy usamos menos palabras para expresar emociones más complejas. Y eso limita nuestras relaciones, nuestra empatía y nuestra capacidad para construir comunidad.


La Universidad de Stanford reveló en 2022 que los adolescentes usan en promedio 800 palabras funcionales en su comunicación cotidiana, frente a las más de 4,000 que se registraban hace tres décadas. Esta reducción está correlacionada con un aumento de la ansiedad y la incapacidad de expresar emociones complejas.


Pensamiento crítico

¿Vives como piensas… o piensas como vives?

Esta pregunta, que parece retórica, es en realidad una brújula ética. José Mujica lo expresó con claridad estoica: “Hay que vivir como se piensa. Porque si no, acabarás pensando como vives.”


Cuando no tenemos una jerarquía clara de valores, principios y prioridades, cuando no hay reflexión previa, terminamos actuando como dicta la corriente. Las redes sociales, los algoritmos, las modas y los titulares virales comienzan a pensar por nosotros.


Y lo más preocupante: ya no lo notamos.


¿Cuántas veces has dicho "no tengo tiempo" cuando en realidad no hay claridad sobre lo que importa? Vivimos al ritmo del algoritmo, no del alma.

La crisis de las relaciones y el ritual perdido

En paralelo, también se han roto los vínculos rituales que daban sentido y pertenencia a nuestras relaciones. Hoy todo es ceremonial: en casa, cada quien está en su pantalla; en redes, cada quien en su burbuja.


Antes, los rituales comunitarios —la sobremesa, la caminata, la conversación sin prisa— creaban identidad. Hoy, las redes nos conectan como avatares, pero nos desconectan como cuerpos, como miradas, como afectos.


Hemos confundido “compartir” con exhibir. Subimos una foto de la comida y creemos que eso es convivir. Pero nadie está ahí para probar el vino, reírse de la anécdota o abrazarnos si hace falta.


Según el Pew Research Center (2023), más del 60% de los jóvenes de entre 18 y 29 años afirman sentirse solos con frecuencia, a pesar de estar hiperconectados digitalmente. La cantidad de “amigos” ha crecido, pero la calidad del vínculo ha disminuido.


Lo real también tiene placer


¿Y si el problema no es que los jóvenes estén demasiado en lo digital, sino que no les hemos enseñado que lo real también es bello?


No les hemos mostrado que jugar en la calle, cocinar en familia, leer un libro juntos o simplemente mirar el cielo es una experiencia que no necesita filtros ni likes para valer la pena.


“Si no mostramos que lo real es apetecible, lo virtual se volverá irresistible.”


La fatiga de querer optimizarlo todo

Muchos adultos se sienten agotados. No por falta de tiempo, sino por falta de jerarquía vital. Queremos maximizarlo todo: el gimnasio perfecto, la dieta ideal, el descanso productivo, las vacaciones con ROI emocional.


Vivimos cansados no por trabajar mucho, sino por perseguir demasiadas metas sin alma.

Nos volvimos víctimas de la tendencia. Ya no hay modas para públicos específicos, ahora hay tendencias universales. Todos deben estar en todo y eso agota.


El informe global de Deloitte sobre bienestar y productividad (2023) muestra que el 77% de los profesionales de alto rendimiento experimenta “fatiga de optimización constante”, lo que impacta negativamente en su creatividad, salud emocional y sentido de propósito.


El cultivo interior como clave para el gozo profundo

José Carlos Ruiz lo explica con una analogía preciosa: tenemos dos copas de vino, una vale 50 euros y la otra 300. La primera vez que las pruebas, ambas saben bien. Pero si te cultivas —si estudias, si te entrenas, si profundizas— la segunda te ofrece un deleite que antes no imaginabas.


La cultura es eso: cultivar el gusto por la vida.


Y como en el vino, cuanto más te formas, más disfrutas. La música, el cine, la poesía, la ética, la historia, la conversación, el arte de enseñar, de liderar o de escuchar… Todo se vuelve más intenso cuando tienes el paladar educado.


Estudios como el de la Universidad de Toronto (2020) revelan que las personas con formación cultural continua reportan hasta un 30% más de satisfacción vital y resiliencia ante el estrés, comparado con quienes sólo consumen entretenimiento inmediato.


Pensamiento crítico y desconexión digital

Conclusión: repensar para renacer

En un mundo hiperacelerado, detenerse a pensar es un acto revolucionario.


En una época de exhibicionismo emocional, cultivar lo íntimo es un acto de resistencia. Y en una sociedad obsesionada con la productividad, redescubrir el deleite de lo real es una forma de sanarnos.


No se trata de renunciar a la tecnología, ni de vivir en la nostalgia. Se trata de recuperar lo humano: lo lento, lo reflexivo y lo genuino.


Porque el futuro no se predice: se diseña, se discute y se decide.


Y empieza contigo hoy.


Preguntas para tu reflexión (y para sembrar pensamiento)


  • ¿Tienes jerarquía en tus valores o estás reaccionando a la corriente?
  • ¿Estás cultivando tu lenguaje, tu criterio, tu capacidad de hacer preguntas?
  • ¿Estás dejando espacios para lo real, lo sin pantalla, lo sin prisa?
  • ¿Te estás formando para pensar mejor o sólo para responder más rápido?


¿Qué puedes hacer esta semana?

  • Agenda 15 minutos para una conversación sin pantallas.
  • Lee un poema, subráyalo y regálalo.
  • Pregúntale a tu hijo, pareja o socio: ¿qué te hace sentir pleno últimamente?
  • Escribe una pregunta sin respuesta y deja que te acompañe a reflexionar.


Si esta lectura te ayudó a detenerte y pensar, compártela con alguien que también necesita volver a conectar con lo esencial.


El pensamiento no se impone, se contagia, se cultiva y se comparte.


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